La monarquía británica siempre estuvo obsesionada con su propia historia. Por lo tanto, es apropiado que The Crown, el recuento de Netflix del reinado de Isabel II, abra su quinta temporada con una flashback del lanzamiento del Royal Yacht Britannia en 1954. “Espero que este barco nuevo demuestre ser confiable y constante”, dice la joven Reina y agrega: “capaz de atravesar cualquier tormenta”. La quinta temporada ya se encuentra disponible en la plataforma.
Sin embargo, una vez que la línea de tiempo vuelve a los años 90, el yate está deteriorado y puede ser dado de baja. Esta es sólo una de las tantas metáforas que abundan en la quinta temporada para aludir a la monarquía, que, hace 30 años, se agitaba entre escándalos y decaía en relevancia para parte de la sociedad.
Cabe mencionar que el reciente fallecimiento de la reina Isabel causó muchas preocupaciones a los protectores de la monarquía. Al mismo tiempo, muchas personas en el Reino Unido continúan sintiendo acritud hacia la familia real. La serie creada por Peter Morgan es sumamente consciente de esta tensión.
Modernidad vs instituciones arcaicas
Mientras que las entregas anteriores de la serie invitaron a sentir empatía por Isabel II y su prole, la temporada 5 presenta a los mismos personajes como reliquias egoístas y estúpidas provenientes de una era pasada. Peter Morgan no puede evitar plantear la pregunta ¿Es la monarquía un sistema decadente que no tiene lugar en la narrativa moderna? La respuesta que ofrece la producción es un rotundo sí.
Los años 90 fueron un punto de inflexión para la institución en una Gran Bretaña que cambiaba con rapidez. Por lo que muchas de las tramas que ofrece la producción durante esta temporada, se centran en el choque de la modernidad con la obsolescencia.
En este sentido, la tecnología comenzó a jugar en contra de la Casa Windsor. Estos elementos modernos, desde la televisión satelital y las escuchas telefónicas hasta las filtraciones de los tabloides, sumergieron a la Familia Real en muchísimos escándalos.
Los valores tradicionales de la monarquía: matrimonios que no terminan en divorcio, profunda lealtad a la institución, respeto por la vida privada de las figuras públicas, erosionan. La Corona se encamina hacia una lenta pero segura desintegración, y la realeza misma se está convirtiendo, según la estimación del Príncipe Carlos (Dominic West), en “adornos… acumulando polvo”.
Un recast en su mayor parte exitoso
Una vez más, Netflix no escatimó en gastos en una producción tan lujosa, y el nuevo elenco. El mismo incluye a Jonathan Pryce como el Príncipe Felipe y a Lesley Manville como la Princesa Margarita, quienes toman la posta del antiguo cast con una destreza impresionante. Imelda Staunton habita a la Reina en un momento de auténtica crisis con la mandíbula rígida y un control aún tierno y melancólico.
La joven Isabel, interpretada por Claire Foy en las temporadas uno y dos, era una persona enérgica y de sentimientos profundos que cultivó la moderación para liderar de manera efectiva. Sin embargo, la Isabel de Staunton, aunque incondicional en sus valores y lealtad al país, se encuentra a la deriva en un momento desconocido. Se mira en el espejo y lidia con las realidades del envejecimiento. Además, comprende menos que nunca a sus hijes.
El verdadero problema viene con les jóvenes de la realeza. Carlos se declara en voz alta como una opción más libre de pensamiento y más en contacto con la Gran Bretaña actual. En tanto, sueña con una “monarquía del bienestar” y establece una corte rival de la de su madre con sus propios asesores.
También comienza su esfuerzo por divorciarse de la princesa Diana (Elizabeth Debicki) y casarse con Camilla Parker-Bowles (Olivia Williams), en un proceso prolongado que se vuelve agotador de presenciar.
Diana pierde agencia, mientras que Carlos obtiene un lavado de imagen
Por su parte, Diana pasa gran parte de esta temporada en una cruzada propia: hacer que se entienda su versión de la historia y recuperar el control de la narrativa de los medios. Para esto utiliza la biografía de Andrew Morton y la controvertida entrevista que brindó a la BBC. Sin embargo, el consumo hiper público de su dolor, resultará en una tragedia.
Debicki ofrece una perfomance estudiada, aunque lo escrito para la actriz no se expande más allá de la miseria de la Princesa. Diana casi nunca está en la pantalla sin lágrimas, una elección que no aporta mucho a la comprensión de su agencia como persona o como figura histórica.
Carlos, por otro parte, recibe un trato más comprensivo. En gran medida se lo retrata como el principal agitador de la familia real para entrar en la modernidad y un líder entusiasta obligado a pasar sus años más productivos al margen, mientras su madre continúa su reinado.
Se puede apreciar el trato matizado que Morgan le ofrece al Príncipe como un lavado de imagen, quien tan a menudo fue caracterizado como el villano en la historia de su matrimonio. También se podría afirmar que la serie ofrece ambos lados de la narrativa al sugerir que comparten la misma cantidad de culpa por los eventos que llevaron a su divorcio. Aunque, incluso los puntos más bajos de la historia de Carlos, lo humanizan.
Si bien la imagen de Charles, ahora el rey de la era moderna que anhelaba ser, se mejora un poco en esta iteración, sus difuntos padres, sobre todo su madre, pasan un poco a un segundo plano. Elizabeth siempre fue la protagonista de la serie; no obstante, su presencia es mucho más periférica y pasiva que en temporadas pasadas.
El futuro de The Crown
Los triunfos pasados de The Crown se apoyaron en su capacidad para dejar que los personajes se equivoquen y se desmoronen mientras siguen centrando su humanidad y sintiendo la maquinaria inflexible en la que están atrapados. En los años en que los esfuerzos de la reina proporcionaron la mayor parte del drama, el espectáculo prosperó con tal complejidad.
Quizás la pregunta más importante sobre la producción es si tiene algo interesante que decir sobre lo que significa una monarquía moderna tanto para los monarcas como para los súbditos. Donde la serie continúa teniendo éxito es en su estudio general de la relación de la corona con las mareas nacionales.
En su sincero discurso “Annus Horribilis”, pronunciado en el 40 aniversario de su ascensión al trono, Isabel reconoce que “ninguna institución está libre de reproches, y tampoco ningún miembro de ella”. En la versión real de ese discurso, la Reina fue más allá: “Este tipo de cuestionamiento también puede actuar… como un motor efectivo para el cambio”.
La sexta y última temporada de la serie, abordará la muerte de Diana. Habrá que esperar para ver si la serie terminará las cosas con una nota alta, o si, como la propia monarquía, luchará por mantener su relevancia hasta el final.