Brenda Howlin, una atípica dramaturga de raíces irlandesas, construyó una increíble aventura teatral llamada Shamrock. Una comedia de sucesos inesperados y escenas de mucho enredo, con la cuota positiva y original de estar escrita en verso. En la historia, la protagonista se embarca, en todo el sentido de la palabra, en una búsqueda del amor que la llevará a replantearse sus valores e ideales.
Una puesta estupenda con personajes muy explosivos que logran mantener a la platea totalmente entretenida. En está nueva temporada, con elenco renovado, las funciones se pueden presenciar los viernes a las 21 hs. en el Teatro Becket, Guardia Vieja 3556, CABA.
La trama inicia con la llegada al puerto de Buenos Aires de una joven soñadora que viaja desde Irlanda para encontrarse con su prometido. Sin embargo, este jamás llega a buscarla. Mientras la protagonista se reconcilia con la idea que su novio no vendrá, conoce a otro joven viajero irlandés, con el cual descubrirán ciertas deshonestidad de sus parejas. Desde esa premisa comienza una historia muy original, llena de giros y sorpresas sin límites, donde reina el absurdo y los enredos.
Un inicio desconcertante que se dinamiza mediante el correcto uso de recursos como la mezcla de momentos tiernos, disparatados y deslumbrantes. Es interesante ver los cambios en el pensamiento de la protagonista, sobre todo ese sutil replanteo a no cumplir con los mandatos impuestos para las mujeres: casarse y tener hijos. Hasta la magia da el presente en la obra, como condimento por parte de un integrante del elenco. Una propuesta excelente donde hay mucho juego físico y un vivaz guión de diálogos perspicaces.
Un elenco heterogéneo y comprador
Algo que sorprende gratamente en la obra es la totalidad de sus actores. Nano Zyssholtz, a cargo de la precisa dirección, sabe sacar lo mejor de cada uno; desde un principio nada está en su sitio, pero los actores no pierden nunca de vista el texto. Esto se debe a que, además de actuar, cada integrante del elenco tiene algo más que aportar a la puesta.
Ale Gigena construye de manera sorprendente al compatriota de la protagonista, y da como resultado un personaje querible que produce en el público distintas emociones. Pero que el actor además lo desestructura, y trae a la historia un torbellino de espontaneidad al jugar con la improvisación. Incluso suma su gracia entre transiciones y momentos donde se da el armado de parte de la escenografía.
Su contracara en escena es Pablo Kusnetzoff, quien interpreta el papel del novio de la protagonista. Un personaje que la juega de villano, quizás un poco chanta y víctima de su propia arrogancia. Un clásico Don Juan de principio del siglo pasado que usa hasta la magia como recurso para sus conquistas.
Uno de los grandes atractivos de Shamrock es la parte femenina de elenco, Carolina Setton y Justina Grande dejan sobre el escenario magistrales actuaciones; con una pizca de clown, elevados dotes expresivos y mucho desparpajo. En total empatía el público de inmediato se vuelve partícipe de cada uno de sus pasos e inquietudes.
Shamrock, una propuesta llena de originalidad
El teatro es sorprendente, un engranaje que nunca se detiene; un espacio de encuentro, distracción y buen humor. Esta obra subraya ese concepto, la puesta es sencilla y se complementa con un interesante vestuario de Julieta Harca, que suma personalidad a las interpretaciones, más una iluminación que crea una sutil atmósfera.
La escenografía, simple pero muy funcional, es clave para que resulte ágil la trama y a la gran confusión que envuelve a les protagonistas. Un diseño de Marcos Murano que ayuda a la platea a transportarse a lugares propios de la Ciudad de Buenos Aires, con un singular truco incluido en el cambio de fachadas. En resumen, una experiencia teatral diferente y de tiempo justo. Shamrock son setenta minutos impregnados de genialidad y comicidad, totalmente recomendable.