El día del Libro en Argentina fue creado por el Ministerio de Educación de la Nación en 1941. Se dio luego que el Consejo Nacional de Mujeres hiciera entrega de los premios de su concurso literario en 1908.
En 1924 el entonces presidente, Marcelo Torcuato de Alvear, dispuso el 15 de junio como «Fiesta del Libro”. Posteriormente, en 1941 se cambió la denominación a “Día del Libro”.
A nivel mundial, el libro es homenajeado el 23 de abril en honor a las muertes de Miguel de Cervantes, William Shakespeare e Inca Garcilaso de la Vega.
La lectura ha sido y es fuente de conocimiento, pero también de distracción. Entre tantos beneficios que contempla la lectura de un libro, se dice que aumenta la inteligencia emocional y mejora nuestro vocabulario.
Leer es un gran apoyo para la ortografía pero también es desestresante. Quien lee imagina, sueña, conoce, se informa o se transporta a mundos increíbles.
Pero, ¿qué pasa con la producción de libros en nuestro país? A principios de este año, más precisamente en febrero, la Cámara Argentina del Libro (CAL), denunció la falta de papel.
«El papel está escaseando hace meses y en algunos casos, algunos formatos o gramajes están faltando”, explicó a Télam por aquellos días el presidente de la CAL, Martín Gremmelspacher.
Y agregó: “En la industria editorial usamos fundamentalmente papel obra, que es el blanco, o el Bookcel, que es color más amarillo, los dos están faltando, especialmente el Bookcel».
La crisis de la industria
El escritor Guillermo Saccomanno dio el discurso de apertura a la Feria del Libro 2022, y dijo que la escasez de papel es producto de la pandemia y del aumento de los costos de energía del mundo.
También explicó que a esto “se le suman en nuestro país los problemas habituales. La industria del papel es oligopólica, el papel se cotiza en dólares” y ningún tipo de reglamentación desde el Estado.
Como una de las principales problemáticas, Saccomanno comentó que “para las editoriales pequeñas y medianas, se torna muy difícil planificar la edición e impresión de libros”. Y agregó: “La falta de papel se debe a la menor producción de las dos empresas productoras, una es Ledesma, propiedad de la familia Blaquier Arrieta, una de las más ricas del país”. El apellido de los dueños de esta empresa está vinculado con la última Dictadura Cívico Militar.
Por otra parte, el escritor mencionó a la otra empresa es Celulosa Argentina. “Su directivo es el terrateniente y miembro de la Unión Industrial, José Urtubey conectado con la causa Panamá Papers”, sostuvo.
Por tanto, explicó que para realizar un libro de unas 160 páginas, con una tirada de 2000 ejemplares “se necesitan entre papel interior y papel de tapa, más de 150 mil pesos de inversión”.
En base a todas estas problemáticas que atraviesa la industria del libro, el escritor planteó la necesidad de crear una papelera con participación del Estado, que nuclee a cartoneros y cooperativas.
Espacios que resguardan y promueven lecturas
Quienes son grandes promotores de lectura, son las bibliotecas populares. En estos espacios y gracias al trabajo colectivo, se nuclean grandes cantidades y diversidades de libros. Hay quienes se enfocan en la literatura infantil y otras en lectura para adultes. Están las que se ubican en barrios más alejados o las que nacen en los centros de las ciudades.
Según explica el sitio web del Ministerio de Cultura de la Nación, “las bibliotecas populares son dirigidas y sostenidas principalmente por sus socios”. Estos espacios no solo brindan información, son un gran universo donde confluye la recreación, la educación y la diversión. Son grandes promotoras de la cultura, espacios abiertos y accesibles.
El lazo con el Estado es garantizado por la CONABIP, Comisión Nacional de Bibliotecas Populares. Este organismo colabora con el funcionamiento, desarrollo e incentivo de las bibliotecas populares.
Actualmente esta Comisión, reclama la modificación de la Ley 27.432. El inciso B del artículo 4 de dicha ley, destruiría el fondo especial de las bibliotecas populares, si se pusiera en efecto a partir de diciembre de este año.
“Estas asignaciones resultan imprescindibles para el fomento y el desarrollo del teatro, la música, la danza, el cine, la televisión, el audiovisual, las bibliotecas y medios de comunicación comunitario”, explican desde la CONABIP. Es por ello, que miles de puestos de trabajo dependen de estos subsidios.
Resulta necesario seguir revindicando no sólo la importancia del libro como herramienta transformadora, sino seguir apoyando y sosteniendo los espacios que colaboran con ello.
Es importante que el Estado avance en políticas que alivien el trabajo de las pequeñas y medianas editoriales, pero que también promuevan y cuiden del desarrollo de las bibliotecas. Sin editoriales, imprentas y bibliotecas, no hay libros para el pueblo.