Por Melisa Letemendia, Agencia Tierra Viva
La batalla por recuperar lo perdido y volver a las raíces parece encontrar su lugar en la Cooperativa de Producción Agroecológica (CoPa) de Guernica, esa localidad del tercer cordón del Conurbano que llegó a la agenda mediática por la toma de terrenos para la vivienda en plena pandemia y finalizó en represión. La historia para la cooperativa comenzó hace 12 años como una coordinadora ambiental, que consiguió alejar las fumigaciones con glifosato en los campos cercanos a las casas y escuelas. En la actualidad, es un espacio colectivo que ofrece alimentos agroecológicos al barrio, teje redes con otros productores para la conservación de las semillas y piensa la tierra como medio de vida y no como mera especulación financiera.
Desde el punto de partida en 2010, cuando entre casas y lotes aislados se sembraba soja transgénica, los integrantes de la CoPa observaron el avance de la urbanización sin control ni políticas públicas. Allí la hectárea en la que la cooperativa realiza sus tareas aparece como un polo de difusión de la agroecología. La agroecología no como un concepto suave y cómodo para el discurso empresarial y estatal sino como un conjunto de saberes para adaptar a los ámbitos urbanos y dar respuesta a la crisis alimentaria actual en espacios reducidos, y en manos de jóvenes.
“Pensamos a la CoPa como un semillero, en donde las personas que transitamos acá seamos semilla en los lugares donde estemos, de otras formas de relacionarnos con el entorno y las personas”, sostendrá Paula Delfino, una de las primeras integrantes de la CoPa, que en estos días reúne a 70 jóvenes en diferentes tareas.
Del límite a las fumigaciones a la producción agroecológica
Para conocer los orígenes del proyecto, debemos remontarnos al año 2010, época en la que Guernica –ciudad cabecera del partido bonaerense de Presidente Perón, en el tercer cordón del conurbano bonaerense– poseía varias hectáreas destinadas a la plantación de soja transgénica, que eran fumigadas con glifosato y otros agrotóxicos. Los vecinos y vecinas de los barrios de Santa Teresita y Las Lomas comenzaron a notar efectos sobre sus cuerpos: problemas respiratorios, erupciones en la piel, abortos espontáneos, nacimientos con malformaciones y numerosos casos de cáncer, como también consecuencias del envenenamiento sobre las plantas y animales.
La situación los llevó a organizarse en la Coordinadora Ambiental del Sur, espacio conformado por distintas organizaciones locales, desde donde se impulsaron estudios ambientales y epidemiológicos que dieron cuenta de la gravedad del impacto ambiental y sanitario. El peligro que evidenciaron los resultados de los análisis hicieron que la lucha vecinal fuera escuchada por el Municipio de Presidente Perón, que ese mismo año promulgó la Ordenanza 708, prohibiendo las fumigaciones aéreas en el partido, y estableciendo para las terrestres un límite de 500 metros de las zonas urbanas y establecimiento educativos, y 20 metros de los cursos de aguas.
A pesar de la ordenanza, las fumigaciones continuaron y los damnificados tuvieron que recurrir al Poder Judicial para exigir protección. Finalmente, luego de varios años de litigio, la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires falló a favor de los vecinos y vecinas, dando lugar al amparo ambiental del Caso ASHPA en junio de 2015, que prohíbe la realización de pulverizaciones en los predios demandados.
Si bien el freno a las fumigaciones fue un logro sin precedentes para el partido de la zona sur del conurbano bonaerense, una vez cumplido el objetivo, para algunos integrantes de la coordinadora ambiental el desafío pasó a ser proponer una alternativa a ese modelo de producción agroindustrial dependiente de los agrotóxicos.
La agroecología como caja de herramientas para recuperar el suelo
Ese camino se había iniciado en el barrio de Santa Teresita, donde comenzaron a desarrollar huerta y apicultura de modo cooperativo, figura jurídica que consiguieron en 2012. El trabajo se desarrolló algunos años en la Escuela 3 y en el Centro Cultural, Social y Político La Casita, hasta que, en 2015, se mudaron al terreno de una hectárea que hasta la actualidad es la tierra del Barrio Agrocolonia. “En aquel momento hablamos con el municipio, le explicamos nuestro objetivo como cooperativa y si bien no tuvimos ningún aval formal, nos permitieron ingresar”, recuerda Paula.
Una vez dentro del lugar, los cooperativistas tuvieron que enfrentarse a un terreno hostil: el suelo arcilloso, el sol resquebrajando la tierra, frecuentes inundaciones y sequías por falta de agua, que pusieron a prueba sus convicciones. “Eran tierras decapitadas que pertenecían a una empresa declarada en quiebra. Les habían sacado la capa fértil y eran inundables –reconstruye la cooperativista–. Clavábamos la pala y no entraba. Sembrábamos acelga y las hojas crecían chiquitas, duras. ¡No lo podíamos creer! No había agua, ni un poco de sombra, pero sabíamos del poder de recuperación que tiene la tierra”.
La solución para recomponer la fertilidad perdida fue poner en práctica los principios de la agroecología. Carretillas repletas de bosta de vaca provenientes de producciones vecinas, implementación de cobertura de suelos, trasplante de árboles, perforación del pozo de agua, fueron algunas de las tareas a las que se abocaron en los primeros meses, sin contar con herramientas ni con recursos económicos.
Una salida colectiva y agroecológica
El manejo agroecológico del predio también les permitió ampliar la visión y comenzar a desarrollar actividades complementarias a las de la huerta y la apicultura. Fueron surgiendo diversos espacios productivos que incorporan la integralidad del agroecosistema: plantas medicinales, cosmética natural, viverismo y arboricultura. Pero la propuesta no termina en lo productivo, la CoPa sostiene una relación y ejes de trabajo con la comunidad y con otras organizaciones socioambientales y políticas de la zona.
Una de las iniciativas sociales se denomina “La CoPa va a la escuela” –actividad que se interrumpió por la pandemia de Covid-19– y consiste en la realización de talleres junto a docentes en jardines de infantes, escuelas primarias y secundarias, relacionados con creación de huertas, conservación de semillas, reconocimiento de árboles nativos y el debate sobre el modelo de la agroecología frente al agronegocio.
Las medidas de aislamiento por la pandemia no sólo interrumpieron algunas actividades, sino que las obligó a repensar la forma de intervención con los vecinos. En un contexto en el cual la emergencia alimentaria se agravó, la cooperativa comenzó a aportar alimentos para las ollas populares y también repartían semillas entre los vecinos. Finalizadas las medidas más estrictas del aislamiento, la cooperativa se incorporó como punto de entrega de alimentos del Ministerio de Desarrollo Social y profundiza la relación con el barrio a través de la “Cuadrilla Cultural”. “Se sostienen meriendas los miércoles y los sábados, y talleres para el barrio y las niñeces”, cuenta Agustina Bujan, otra de las integrantes de la CoPa.
Cinthia Polinelli, otra cooperativista que se sumó el año pasado, agrega: “La idea es que la relación no quede solo en la entrega de comida, sino que las personas participen de la huerta y se siga construyendo la relación”. La relación con el barrio se expresa en el compromiso con las causas que lo atraviesan, por ejemplo, se observan carteles pidiendo la aparición con vida de Diana Colman –una vecina de 25 años desaparecida desde junio de 2015–. Las integrantes también recuerdan haber intervenido desde la cooperativa en casos de violencia de género o incluso colaborando con hierbas medicinales en el tratamiento de vecinos.
“La idea es la interrelación, entender que no solo tiene que ver con sembrar un alimento sano en una huerta, desligado de otras cuestiones que nosotres entendemos como integrales, que son productos del sistema en el que vivimos”, comenta Paula. Entre esos debates integrales que propone la cooperativa están, por ejemplo, la ausencia de políticas de Estado y el avance del sistema sobre los cuerpos y territorios.
La CoPa mantiene relaciones institucionales con organismos del Estado como el INTA, que les ayudó en la construcción del invernadero, pero la apuesta principal de la CoPa es tejer redes con productores agroecológicos, productores locales y con los Encuentros de Pueblos Fumigados.
Tierra para vivir y para sembrar
Guernica, a 37 kilómetros de Ciudad de Buenos Aires, llegó a la agenda mediática en plena cuarentena, en julio del 2020, cuando alrededor de 2500 familias ocuparon un terreno en el que se pretende construir un barrio cerrado. La CoPa acompañó el proceso de cerca. “La recuperación de tierras de Guernica puso sobre la mesa desigualdad, mostró cómo se maneja todo el sistema de especulación inmobiliaria”, reflexiona Paula. “El country no tenía papeles legales sobre esa tierra, sino que su tenencia había sido parte de una maniobra en épocas de la dictadura. La tierra estaba en desuso y se sabía que iba a ser loteada”.
Finalmente, tras varios meses de tensión, el 29 de octubre del mismo año, 4000 efectivos de la provincia de Buenos Aires ingresaron de madrugada, desalojaron el predio y quemaron las precarias viviendas.
Al respecto, los miembros de la CoPa concluyen que el acceso a tierra es un flagelo íntimamente ligado con el sistema capitalista y extractivista, que le deja a las clases trabajadoras las peores tierras, como basurales, tosqueras o zonas inundables, mientras que los pueblos no son consultados sobre el tipo de desarrollo que necesitan. Si bien con el tiempo la cooperativa pudo adquirir legalmente el predio que ocupa, sus integrantes tienen una visión crítica sobre la propiedad privada y prefieren considerarlo como una propiedad colectiva.
“El campo es de todes y a la vez no es de ninguna en particular. Quienes estamos acá lo habitamos, lo cuidamos, lo vivimos, pero a su vez que excede a las individualidades. Es algo colectivo, es de la CoPA, de quienes las conformamos, que también vamos cambiando, aunque hay un grupo que va siendo estable”, señala Paula.
El semillero de Guernica
La CoPa es parte de Minka Semillera, un grupo de mujeres de Florencio Varela que se dedican a la conservación, multiplicación e intercambio de semillas locales, para lo cual han construido una “Casa de Semillas”, en la que se almacenan las variedades y se registran sus características. La selección de la planta para semillar se realiza en base a sus características de adaptación, sabor y crecimiento, y una persona se encarga de realizar su seguimiento durante todo su ciclo de vida, anotando su variedad, la fecha, el suelo en el que se desarrolla, las condiciones climáticas que hubo durante su crecimiento, su sabor y todo lo que llame la atención. Es un trabajo artesanal al cual se dedican varias personas.
Las cooperativistas explican que la autoproducción de semillas es fundamental para la Soberanía Alimentaria, ya que la acelerada pérdida de este legado campesino pone en peligro la biodiversidad y nos hace más dependientes de las corporaciones que buscan privatizar los recursos genéticos.
“Hubo mucha pérdida de conocimiento, que se relaciona con la inmigración, con la conformación de las ciudades y de una identidad que hace que esto nos resulte muy lejano y lo desvalorizamos. ¿Se comprende de verdad la importancia de que no patenten las semillas, de que no tengan dueño, de que circulen libremente?”, se pregunta Agustina, mientras relaciona esta situación con la desaparición de los pequeños campesinos por el acaparamiento de tierras en pocas manos.
Paula agrega que eso no es casual, ya que responde a una estrategia de las empresas que conocen el valor de la semilla y quieren tener su monopolio, imponiendo un modelo que usa semillas transgénicas o híbridas, junto con pesticidas y fertilizantes químicos. “Se sembró la idea de que la semilla campesina no rinde y que sólo hay un tipo de tomate o de maíz. Al productor o productora le terminan vendiendo el paquete entero por el rinde, pero no se hace la cuenta de que en unos años van a gastar más plata en insumos, en vez reemplazarlos y hacer la transición a la agroecología, para hacer sus propios insumos y no necesitar comprarlos”, explica.
La “Casa de Semillas” busca ser un lugar de resguardo e intercambio de semillas, donde la gente pueda acercarse en caso de necesitar, difundiendo también las distintas variedades que existen. Si bien son conscientes de que el espacio que habitan es insuficiente para generar todas las respuestas que necesitan, la visión del emprendimiento no termina en una tranquera. “También venimos pensando a la CoPa como un semillero, en donde las personas que transitamos acá seamos semilla en los lugares donde estemos, de otras formas de relacionarnos con el entorno y las personas, que no se pierda el conocimiento ancestral de cómo se siembra, cómo se conserva la semilla, cuáles son los remedios que las plantas tienen”, comparte la cooperativista, y sus pares asienten.
Nota publicada originalmente en Agencia Tierra Viva.