“Asesorarse con los técnicos del Fondo Monetario Internacional es lo mismo que ir al almacén con el manual del comprador, escrito por el almacenero”
Arturo Jauretche
La deuda externa, contraída casi en su totalidad por gobiernos reaccionarios y entreguistas, es uno de los grandes dramas que arrastra la Argentina y una de las principales razones de que estemos estancados económicamente desde hace 45 años. Concretamente desde la dictadura militar del 24 de marzo de 1976. Es dicha deuda una losa que aplasta una y otra vez las posibilidades de desarrollo de nuestra nación, que ha retrocedido por donde se la mire; no solo en el orden mundial, sino en la región y respecto de todos nuestros vecinos.
Los militares con Martínez de Hoz, Menem y De la Rúa con Cavallo y finalmente el gobierno de Macri con ministros varios, no solo implementaron planes neoliberales de destrucción de la industria nacional, desguace del Estado, incremento de la desocupación y la pobreza, como así también de concentración y extranjerización de nuestra economía, sino que una y otra vez endeudaron al país. En oportunidades con préstamos a altísimas tasas de interés y cortos plazos de devolución, en otras con deudas fraudulentas y espurias. Esto generó una imposibilidad concreta de crecer y desarrollarnos, ya que una parte significativa de los recursos que generó el país se derivaron al exterior restándoselos a la inversión productiva.
Fue el Fondo Monetario Internacional el que apadrinó esta estrategia del poder financiero mundial, y de los EEUU en su objetivo de mantener bajo control y a su servicio al “patio trasero”; también a nuestra república, claro está. A veces a través de su intervención directa con préstamos condicionados y otros instrumentos, otras indirectamente favoreciendo dicho endeudamiento con los grandes bancos y los fondos de inversión (incluidos los que se dedican a la especulación financiera directamente).
Así llegamos a finales del 2019: con una Nación en retroceso, con enorme pobreza, informalidad laboral y desocupación extendidas. Con una industria débil, escasa inversión, casi nulas reservas (entre otras razones por pagarles a los fondos buitres) y, encima, con una enorme deuda externa de más de 100.000 millones de dólares contraída por el saliente gobierno de Cambiemos (hoy Juntos por el Cambio). Dicha deuda era a pagar en corto plazo y con muy altas tasas de interés la privada; visiblemente ilegal la del FMI que, entre otras cosas, se usó políticamente y para fugar divisas.
Desde el nuevo gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner denunciaron con detalles esa situación y dijeron, una y otra vez, que la Argentina necesitaba crecer para salir del pozo al que la habían llevado; que eso no era posible pagando tamaña deuda. Mucho menos cuando nos arrolló luego el huracán de la pandemia.
Primero en el 2020, negociaron 60.000 millones de dólares con los acreedores privados. Empezó Guzmán poniéndose duro con loables argumentos y terminó concediendo casi todo lo que aquellos pedían; muy lejos de aquella quita de Lavagna en el 2005. Patearon la pelota para adelante, como si el problema de la deuda fuera solo de su gobierno y no del país. “Que se arreglen los que vengan”, dijeron, pensamiento muy ajeno a la defensa del interés nacional; como también distante de proteger a esta y a las generaciones que vendrán.
Luego vino la negociación con el FMI, que ya había metido la cuchara en la de los bonistas privados; a favor de estos, obviamente.
Se fue desarrollando durante el año pasado. Nuevamente con declaraciones altisonantes del presidente para abajo, de Cristina y sus funcionarios, legisladores y adulones. Que era una deuda ilegal, un fraude, que la plata nunca se quedó en el país, que se la llevaron los bancos, empresarios y ricos amigos de Macri, que eran ellos los que tenían que hacerse cargo de la misma, etc, etc. Cosas ciertas, por supuesto.
No obstante, al mismo tiempo, se empezaron a observar en la implementación de algunas políticas económicas y medidas, que iban en la misma dirección de lo que planteaba el Fondo. En particular, el achicamiento del déficit fiscal en momentos donde todavía azotaba la crisis a las mayorías populares; suspendiendo el IFE entre otras cosas. También negociaciones con aquellos bancos que vinieron a la timba financiera con Macri y quedaron empernados acá, a los que les canjearon bonos en pesos por otros en dólares, por varios miles de millones de la verde moneda. Algo había ya ahí que no se correspondía con el discurso.
“Si quieren pelea, daremos pelea”, le dijo el presidente al FMI ayer nomás. Cristina expresó, en una de sus habituales cartas, que le habíamos pagado más al FMI que lo que gastamos en la pandemia de COVID-19. En otra oportunidad, en diciembre pasado, también aseveró la vicepresidenta: “A los dos presidentes radicales de estos años, se los tumbó el FMI. Por eso, no vamos a aprobar ningún plan que no permita la recuperación”.
Jarabe de pico como quien dice, el gobierno acaba de concretar el vilipendiado acuerdo con el Fondo, legitimando la estafa de Macri.
Utilizaron dos líneas argumentales para explicar y justificar la agachada. La primera de ellas, repetida una y otra vez por el presidente, su ministro de Economía y una larga lista de funcionarios, incluyendo a los que vienen de las organizaciones sociales: que el FMI no exigiría ningún ajuste y tampoco reformas laborales, previsionales o privatizaciones.
Lo primero, si no fuera tan serio, movería a risa. Achicar el déficit fiscal, bajar la emisión monetaria, subir las tasas de interés y las tarifas, además de disminuir la brecha cambiaria, como especifica el acuerdo, se haría sin ajuste a las mayorías. Son fantasiosos, como dijo una ex azafata.
Respecto de lo segundo, es probable que el FMI no pida en este primer préstamo Stand By, para pagar el de Macri, reformas o políticas estructurales. Ya que los salarios están en el fondo del mar, las jubilaciones son podadas desde hace dos años a ojos vista, y nadie quiere, con semejante crisis, comprar una empresa estatal que por ahora seguramente da pérdida. Pero, en absoluto eso significa que aquel organismo, como siempre sucede, no lo requiera cuando haya que pagar el préstamo de facilidades extendidas desde 2024 al 2034, que es lo que también negoció el gobierno.
La segunda línea de argumentos, como siempre sucede en estos casos y bien repudiable que es, apuntó a justificar la aceptación lisa y llana de la fraudulenta deuda de Macri por la vía de meter miedo a la sociedad. Sin ponerse colorados, dijeron: “Teníamos una soga al cuello, una espada de Damocles”, “El default era darle la espalda al mundo”, “No podíamos dar un paso a lo desconocido”, y así sucesivamente.
Por lo pronto, para refutar todos estos argumentos respecto de que nos comía el Cuco si no le pagábamos al Fondo, es bueno recorrer la historia argentina de los últimos 45 años. La dictadura acordó con dicho organismo y después se le vino la noche; terminó en tremenda crisis económica y nacionalizando la deuda en dólares de los grandes empresarios para que la pagáramos todas y todos los argentinos. Alfonsín también aflojó: recaló en el FMI y terminó fuera del gobierno en medio de hiperinflación y saqueos. De la Rúa rumbeó para el mismo lado y se fue de la Rosada en el helicóptero con 31 muertos abajo. Macri repitió la historia y nos dejó estancamiento con inflación galopante, pobreza y desocupación; o sea, en síntesis, el país en la lona. Eso sucedió cada vez que negociamos acuerdos con aquella institución.
El presidente lo sabe perfectamente, porque era funcionario de Néstor Kirchner cuando este se sacó al Fondo de encima en el 2005. También Cristina, que más de una vez lo ha dicho, pero ahora guarda silencio.
Se olvidan de explicar que, al revés de lo que nos ha sucedido por andar de la mano del Fondo, cuando este país dejó de pagar su deuda en diciembre del 2001, lejos estuvimos de precipitarnos al “abismo”. Por el contrario, contribuyó esa decisión a abrir la puerta de la recuperación económica después del vendaval neoliberal. Tuvimos crecimiento del PBI desde el 2003 hasta el 2008, que luego se extendió 2010 y 2011. Esa parte de la historia la esconden debajo de la alfombra para justificar su vergonzosa pusilanimidad.
Argumentan que ahora no se podía ir al default porque no tenemos reservas. Cuando Adolfo Rodríguez Saá lo decretó en el 2001, tampoco teníamos ni medio dólar. Dicen que el país no va a tener créditos externos, como si ahora los tuviéramos. Se olvidan de que tampoco nos prestaban del 2012 al 2015 por no pagarles a los buitres, y no se les derrumbó el gobierno por eso. Sostienen que no vendrán inversiones extranjeras; falso, las mismas recalan en los países si hay negocios que les dejen ganancias, haya o no suspensión del pago de la deuda. También aseguran que otros organismos internacionales de crédito, como el Banco Mundial, el BID, el BIRF, ya no nos prestarían dinero para infraestructura; pero tampoco es cierto esto, lo suyo no está atado en líneas a los pagos que se hacen o no al FMI. Por último, que las grandes empresas argentinas no conseguirán préstamos; sin embargo, eso no se cortó después del 2001.
En resumidas cuentas, desde el gobierno, en su lamentable debilidad, compraron la ristra de argumentos que desde siempre usan los poderosos para amedrentar a los pueblos y naciones que buscan dejar de ser sometidos, romper las cadenas que los atan a aquellos y ser soberanos.
¿Qué decían en el Congreso de Tucumán de 1816 los que por cobardía o intereses no querían declarar la independencia de España? Que los ejércitos de Fernando VII eran muy fuertes, que habíamos sido derrotados en las campañas del Alto Perú, que la revolución había sido abatida en toda Latinoamérica y estábamos rodeados, que seríamos sojuzgados peor que antes si no negociábamos permanecer dentro del esquema colonial. Porque en las difíciles siempre aparecen los miedosos, lo que no se bancan ponerse de pie y prefieren vivir de rodillas.
A ellos y, por supuesto, también a los verdaderos patriotas, les hablaba San Martín cuando les dijo al ver tamañas vacilaciones: “Para los hombres de coraje se han hecho las grandes empresas. Seamos libres, lo demás no importa nada”.
Volviendo a nuestros días, digamos una vez más que la deuda externa que han contraído los gobiernos de derecha en todos estos años son una loza sobre nuestra viabilidad como nación. Solo terminando con esa lógica de pagar y pagar, sacrificando presente y futuro, podemos reconstruir la patria y terminar con esta decadencia.
Que es áspero el camino y que pagaremos costos por ello, qué duda cabe. Como si hubiera sido sencillo, por ejemplo, independizarnos de España. Enfrentar a los poderosos que nos sojuzgan de múltiples maneras, acorde a los tiempos, siempre es duro. Pero ese es el camino para tener patria, soberanía, independencia, desarrollo y futuro para todos, no solo para los ricos.
Es el rumbo que ha resignado este gobierno con el acuerdo con el FMI que acaba de concretar. Nosotros no lo vamos a aceptar, vamos a dar pelea, como corresponde, porque soñamos con otra Argentina.