En el paraje de La Bomba, aproximadamente a 6 km de Las Lomitas, (Formosa), Gendarmería Nacional exterminó en el año 1947, a miles de Pilagás. La orden de reprimir la dio el ministro de Guerra y Marina, en ese entonces, Humberto Sosa Molina; con la aprobación de Ángel Borlenghi, ministro del Interior.
Por aquel entonces comunidades enteras eran trasladadas a ingenios azucareros, obrajes y algodonales, para trabajar como mano de obra barata. Allí las mujeres eran violadas, existía maltrato físico; la alimentación era de muy mala calidad; no se les pagaba, o en todo caso los salarios eran mínimos y les hijes de les Pilagás eran llevades a la iglesia a estudiar religión católica.
En estos espacios concentracionarios, se controlaba culturalmente y emocionalmente, se explotaba laboralmente y se castigaba a les indígenas. A quienes les era arrebatada su identidad, cambiándoles los nombres autóctonos; víctimas de un Estado genocida y etnocida; por la destrucción de su cultura y la desaparición y asesinato sistemático de comunidades enteras.
El pueblo Pilagá era consciente de lo que pasaba en estos sitios de tortura. Las reducciones fueron creadas por les españoles durante la invasión en el siglo XVI. Pero posteriormente, incluso en democracia, el Estado Nacional también las utilizó. Una de las razones por las que sucedió la masacre; fue la firmeza con la que se negaron les pilagá a ir estas colonias.
A su vez existía un férreo racismo y un objetivo que ya en el siglo XX el Estado argentino cumplió: la expropiación de los territorios ancestrales; y el sometimiento de les indígenas a ser mano de obra barata para las industrias. El gobierno peronista incumplía el mensaje emitido donde el trabajador era el destinatario de todos los derechos.
Las voces de les Pilagá
Una de las personas que habló con Nota al Pie, fue Cipriana Palomo, presidenta actual de la Federación de Comunidades Indígenas del pueblo Pilagá; conformada en los años ’80 por sobrevivientes de la masacre y familiares de les mismes.
La madre de Palomo fue una de las sobrevivientes de esta matanza. En ese entonces se encontraba con sus abueles, su papá y su mamá; viviendo en el monte. «Una vez que los sobrevivientes comenzaron a contar cada uno lo que había vivido en el documental, mi mama contó su historia. Ella no contaba porque tenía mucho miedo a los gendarmes”, expresó.
Su abuela, que entendía el idioma de los animales, reunió a toda la familia, según lo que le contó la mamá a Palomo; “para decirles que tenían que salir de ahí cuanto antes, porque iba a pasar algo muy grave”. Por lo tanto, se alistaron y aproximadamente a las cinco de la tarde se fueron caminando por el monte. Una vez que se encontraron lejos de allí; fue cuando comenzaron a escuchar los fusilamientos.
Las balas, de todas maneras, “también les llegaban a ellos. El abuelo decía, agáchense; y ellos se agachaban y veían que les pasaban por arriba las balas. Cuando cesaban las balaceras ellas se levantaban y se iban corriendo tratando de irse lo más lejos posible”.
Caminaron muchas semanas por el monte, padeciendo hambre, “descalzos, sin poder tomar agua, porque ya era verano. Después pasaron por Campo, les agarró la policía, y les preguntó si eran parientes de un tal Méndez; cacique de Estanislao del Campo. Los abuelos de ella dijeron sí, es nuestro pariente, entonces los llevaron ahí; donde había mucha gente de muchas comunidades aborígenes. No presos, pero estaban todos vigilados por la policía”.
El “cautiverio”
Luego fueron llevades a la reducción estatal indígena de Formosa llamada Bartolomé de Las Casas. Ahí, la familia entera “estuvo como en un cautiverio. Los chicos iban a misa, a catequesis, y a ellos también los llevaban cada domingo hacer la misa. Estuvieron dos años, después se escaparon, porque sufrían mucho el tema de que los mandaban mucho a trabajar y no les pagaban ni un peso, eran esclavos del trabajo”.
“Caminaron hasta llegar a un lugar donde había un señor que tenía cosecha de algodón, y entonces se quedaron ahí cosechando. De a poquito se fueron a otra chacra; hasta que pudieron volver a Pozo del Tigre. Volvieron, pero se convirtieron en cosecheros de algodón”, detalló Palomo.
Por otro lado, Juan Roberto Zalazar, comunicador del pueblo de la Federación Pilagá, quien también conversó con Nota al Pie; sostuvo que a su abuela, quien tenía doce años en ese entonces; no le pasó nada ya que, a Julio Quiroga, “un changuero que trabajaba en la cocina para los gendarmes; víctima de la masacre; le avisó uno de los comandantes que le dijera a su gente; que les iban a disparar a las 18 hs. Por lo menos tenía lástima por los pueblos”.
Escapar al monte para sobrevivir
Cuando comenzó el tiroteo, la abuela, junto con su mamá, su papá y otra gente, se escaparon para el monte. “Disparaban por todos los costados del camino, y también había un avión que disparaba por el monte. Llegaron hasta la comunidad de El Descanso, que queda a 90 km de Las Lomitas; y pasaron La Madrid. Después pasaron a la frontera del Paraguay, y ahí se escondieron”, declaró.
Antes de la masacre, según Zalazar, “ya había maltrato, había violaciones a niñas adolescentes, pisoteaban a la gente, fue terrible”. “Cuando escucharon que había paz, que no se acribillaba más, volvieron a la zona de Las Lomitas”, relató.
Asimismo, Juan Carlos Duarte, pilagá que también habló con el medio, contó el caso de su abuela, sobreviviente también de la masacre. “Había siempre juntadas de gente alabando a dios; pero ellos no sabían del porqué de la masacre, porque ellos no hacían nada en contra del pueblo”, narró.
“De repente se escuchaban los tiros, para ella era un shock. La gente iba cayendo, ancianos, niños. Ellos pudieron salir corriendo al monte. Caminaron día y noche, no pudieron alzar nada para alimentarse; pero como ellos vivían del monte, pudieron ir mariscando y se fueron hasta el Paraguay”, puntualizó.
La documentalista Valeria Mapelman, realizó el documental Octubre Pilagá, allí recopiló múltiples testimonios de les ancianes sobrevivientes. Elles, según Mapelman, “cuentan cómo fueron escapando por el monte; y cómo los fueron persiguiendo y cazando con perros, con jeeps, con camiones. Los fueron reagrupando y fusilaron grupos completos. Hubo violaciones de mujeres por parte del comandante del escuadrón 18 de gendarmería, un tal Pueyrredón de apellido”.
Motivos de la masacre
Por ese entonces muchísimos aborígenes se encontraban congregades por un sanador, llamado Tonkiet, en el paraje La Bomba. Para la mamá de Palomo, de acuerdo a lo transmitido por la presidenta de la federación; comenzó haber tanta gente “que la gendarmería se asustó, eso es lo que ella creía. Hacían culto desde las tres de la tarde y ahí empezaban a rezar hasta el mediodía. El ruido era tanto que capaz que ellos se asustaron, decía”.
Para Palomo “hubo una planificación del Estado para poder reducir a los pilagás. Los blancos se sorprendieron por la cantidad de indígenas en la zona donde a ellos nunca se los vio, porque estaban en el monte y no en el pueblo”. Y según la presidenta; “esto tiene mucho que ver con una cuestión de racismo, porque en esa época el racismo era extremo”.
Para Mapelman, dentro del discurso oficial del peronismo “existía el conquistador español y el criollo que trabaja la tierra, pero no los indígenas. En la época del primer peronismo, se regula el trabajo; tenemos el famoso estatuto del peón, pero eso no corre dentro de las reducciones indígenas donde no había ningún tipo de amparo para la gente”.
El causante de la masacre, dijo Zalazar, “fue el presidente Perón. Mientras hacía su discurso, de que no hay más pobreza, que no hay más matanza; que está muy bien el país, el pueblo pilagá sufría”. A su vez coincide en que la discriminación es una de las causantes de la masacre. En la actualidad “existe aproximadamente un 80 % de racismo en nuestra zona. En ningún momento he visto un pilagá trabajando como médico o como traductor en el banco”.
Para el pilagá también los gendarmes se molestaron porque “ellos pensaban que al hacer culto; adorar a dios y cantar, estaban invitándoles a pelear. Esta creencia es porque antes los indios malones cuando querían hacer guerra; cantaban, pedían y adoraban, igualmente a otras cosas, pero en este caso no fue así”.
Proceso de deshumanización
La antropóloga Diana Lenton, especialista en políticas indígenas y genocidio, explicó a Nota al Pie, el significado de los procesos de deshumanización. Estos tienen que ver con cómo se va caracterizando al otre en un proceso genocida; “y los indígenas de nuestro país son parte de un proceso genocida; pero ese proceso tiene muchas partes”.
“Una de esas partes es el proceso de deshumanización, el hecho de considerarlos salvajes, poco posibles de ser. Ha habido toda una discusión, hace cien años, acerca de si eran civilizables o no. De alguna manera el resultado nunca era bueno para los indígenas; porque si eran civilizables podían ser sometidos y puestos a trabajar; y si no, eran como un caso perdido y lo único que quedaba era exterminarlos”, especificó.
Para Lenton, lo que sucedió con los Pilagá es que eran considerados los más primitivos “y lo único que se podía hacer con ellos era encerrarlos y hacerlos trabajar; pero no se planteó en ningún momento darles tierra para que ellos mismos pudieran explotarlas. Como sí paso con algunos otros grupos; por ende, lo que se armó para los Qom, o sea los llamados Tobas, y con los Pilagá, en esa región, son las llamadas reducciones indígenas”.
“La masacre del ’47 pasa durante el gobierno de Perón, un gobierno democrático, pero además en plena expansión de derechos de la ciudadanía. Mientras una buena parte de los ciudadanos argentinos estaban consiguiendo derechos como trabajadores, a estos otros ciudadanos se los encierra. Eso es porque prácticamente no se los consideraba al mismo nivel que el resto de los ciudadanos; ni pasibles de poder aprovechar y merecer esos derechos”, argumentó.
Un Estado genocida
En el año 2020 la causa civil contra el Estado Nacional, quedó registrada bajo el término de genocidio. De todas formas, el Estado apeló en primera y segunda instancia negando ser responsable directo de la masacre. Para Cipriano está faltando “la sentencia firme de la justicia, para obligar al Estado a reconocer el crimen”.
La Federación, según Mapelman, “lleva adelante una causa sin absolutamente ningún recurso estatal. Sin apoyo de la Secretaria de Derechos Humanos por ‘falta de competencia temporal’, es decir; sólo tienen competencia en casos del ’76 al ’83, esto vinculado a una clara cuestión política; y sin apoyo del INAI. A su vez sistemáticamente el Estado se opone a resarcirlo”. Para ella esta oposición se vincula al racismo aún existente; “negándose abrir una puerta de ampliación de derechos para los pueblos originarios en Argentina”.
Cabe mencionar que el vínculo actual entre los pueblos originarios y el Estado no dista de ser muy distinto al de 1947. Cipriano afirmó: “acá el modelo es la pobreza, es no tener agua; es tener que hacer un corte para conseguir un doctor”. De todos los pueblos indígenas argentinos, según Lenton, el pueblo pilagá es “de los que están peor. No tienen reconocimiento casi de territorios. Ellos cortan una ruta y el Estado manda a la gendarmería para meterles balas”.
Un caso que pone en jaque al poder político y al sistema judicial
Lo que sucede con este caso, según Mapelman es que “políticamente es una piedra en el zapato ya que cuestiona toda la retórica del peronismo. Además, es un problema a nivel judicial; porque es un precedente y abre una puerta a un montón de reclamos críticos en relación a la construcción del Estado Nacional”.
“¿Sobre qué se construyó el Estado?, sobre este tipo de masacres. Cada uno de los gobiernos que ha habido desde la conformación del Estado Nación en adelante; ha perpetrado masacres similares: 1924 Alvear en Napalpí, 1933 en El Zapallar, 1919 Yrigoyen en Formosa”, resaltó por último a modo de reflexión.