El advenimiento de la pandemia produjo una ruptura en el orden establecido, transformando la cotidianidad. Todos los grupos etarios se han visto afectados de distintas maneras. Por su parte, les niñes y adolescentes se han visto afectades, principalmente, por la pérdida de espacios para socializar.
Un informe de UNICEF realizado en mayo del año corriente, sobre los efectos en la salud mental de niñas, niños y adolescentes por COVID-19, explica que “frente a la situación epidemiológica y a las medidas dispuestas para contener la propagación del virus las niñas y niños se enfrentaron a diferentes situaciones. Entre ellas: la interrupción de los vínculos físicos con seres queridos, la pérdida de autonomía y de espacios de socialización, la incertidumbre sobre el avance de la enfermedad y sobre las afectaciones que este causaría a las personas más cercanas”.
Ante estas situaciones, como respuestas emocionales aparecieron “temor, ansiedad, angustia, irritabilidad, enojo, falta de concentración y problemas en el sueño”. Sin embargo el estudio concluyó que el despliegue de la capacidad lúdica favoreció la tramitación de esta situación traumática.
Pérdida de un ambiente propio
En tal sentido, la psicóloga y psicoanalista miembro de la Red de Psicólogxs Feministas, Belén Casas, explica que dicha coyuntura impactó “en la posibilidad de niñes y adolescentes de tener un ambiente propio donde interactuar con pares y poder diferenciarse de sus mayores”.
A su vez, señala que pueden sentirse presionades o abrumades por estar expuestes a los problemas y preocupaciones de sus mayores y de la vida adulta en general.
Asimismo, se confunden los espacios de ocio y de trabajo, tanto para elles como para les adultes, impactando en el nivel de estrés y en la creatividad.
Sin embargo, Casas advierte que no hay que homologar la experiencia de niñes y adolescentes. “Si bien para ambos grupos etarios es necesario el punto de encuentro con el exterior, o lo extrafamiliar como punto de subjetivación, son momentos de la vida distintos”, explica.
Asegura que, para les adolescentes, el grupo de pares es fundamental. Y, justamente, eso se ve coartado a partir de la pandemia, ya que se vuelve más difícil generar esos vínculos en este contexto. “De todas formas, hay autoras que hablan de una interfaz virtual que permite una exogamia a pesar de no poder salir de la casa. Es decir, el uso de dispositivos les conecta con sus pares, les permite crear un ambiente por fuera de la casa a pesar de estar metidos en su habitación”, explica la psicóloga.
Mientras que les niñes tienen una mayor necesidad de cuidado y la guía de sus padres y madres.
Salud mental, niñez y adolescencia
“El 10% de niños, niñas y adolescentes realizó una consulta por un problema de salud mental, pero ese valor se reduce al 5% entre las niñas y los niños de 3 a 5 años. Y al 8% entre las y los de 6 a 12 años, mientras que se eleva al 18% entre las y los adolescentes. El 57% hizo su consulta a una médica o un médico generalista o pediatra. El 56% a una psicóloga o un psicólogo y el 21% a una enfermera o enfermero”, se lee en el informe.
Casas agrega que “la precariedad en la vida de adultes se transmite en dificultades a la hora de poder establecer reglas y mensajes claros para sus hijes. Además, puede precipitar menos disponibilidad afectiva para contener a sus hijes”.
“Cabe destacar que el 6% de las y los adolescentes, y de las y los responsables de las niñas y niños, considera que necesitaron realizar una consulta de salud mental y no pudieron hacerla. Ese valor se eleva al 14% entre las y los adolescentes. Desciende al 3% para el grupo de 6 a 12 años y al 1% para el de 3 a 5 años”, señala el documento.
Violencia y pandemia
Por otro lado, “pueden estar más expuestes a situaciones de violencia, sin tener la escuela como lugar de referencia por fuera de la familia al que acudir para ser escuchades.
Asimismo, en ambientes donde la violencia es una respuesta habitual puede intensificarse. Y escasean las instancias de mediación extrafamiliares que permitan formas de resolución de conflictos de otros modos”, asegura la psicóloga.
En este contexto, niñes y adolescentes quedan desamparades, ya que antes era el colegio el que detectaba los signos de alarma y facilitaba la intervención de dispositivos de protección de derechos de la niñez.
En ese sentido, el informe de Unicef plantea la importancia de “reforzar los mecanismos de atención, denuncia y respuesta contra vulneraciones de derechos. Además de asegurar un seguimiento más cercano de los casos de violencia anteriores a la pandemia y surgidos durante ella para evitar una agudización de la problemática”.
Maternidad y pandemia
Casas explica que “la violencia con relación a motivos de género entonces se intensifica porque se sobrecargan las personas feminizadas con la gestión emocional de los varones que ven imposibilitado su desempeño en la vida pública”.
Por último señala que “la carencia de estructuras que aliviana el trabajo al interior de las casa hace que sean las personas feminizadas las principales afectadas por el estrés. Las madres, se han visto enfrentadas con una serie de desafíos y exigencias que exceden los recursos a mano para dar respuestas”.
Así lo confirma un informe de Unicef que da cuenta de cómo las medidas de aislamiento han disminuido las oportunidades laborales, al tiempo que profundiza las desigualdades de género.
“El 57% de las mujeres han indicado sentir una mayor sobrecarga de trabajo de las tareas del hogar y de cuidado, en un contexto que ya era de desigual distribución de estas tareas en términos de género previo a la pandemia.
Los datos de la Encuesta muestran que, frente al aumento de las demandas de cuidado y domésticas, siguen siendo las mujeres quienes absorben principalmente la carga adicional. En este sentido, es relevante que las campañas de comunicación social continúen dirigiéndose a valorizar el trabajo doméstico y de cuidado, reconocer su importancia social y eliminar estereotipos de género para asegurar una distribución más equitativa”, se lee en el informe.