La cultura de la cancelación se popularizó en los últimos años en espacios de militancia transfeministas como una herramienta para lidiar con la falta de respuesta Estatal para frenar las violencias de género. Con la mediación de las redes sociales, el incremento de las cancelaciones ha sido exponencial.
Cancelar implica quitarle el apoyo virtual a marcas o figuras públicas de gran alcance que hicieron o dijeron algo objetable. La cancelación es pariente del escrache, otra herramienta utilizada por los movimientos disidentes para hacerle frente a la inacción de la Justicia ante a situaciones de violencia o abuso.
Múltiples debates
Dentro de los movimientos transfeministas hay múltiples debates: si conviene escrachar públicamente a les agresores; qué es -y qué no es- violencia; cómo se relacionan las problemáticas de género con otras -pobreza, desempleo, precarización laboral-. Respecto del escrache y la cancelación, es necesario diferenciar daño de delito. Si todo es violencia, nada es violencia.
La cultura de la cancelación tiene el poder suficiente para destruir trayectorias, pero también para hacer desaparecer los conflictos bajo un manto de normalidad forzada. Utilizada dentro de esos contextos, la cancelación le exige a personas públicas y con mucho poder, que nunca se hicieron responsables de sus palabras y/o acciones, que finalmente rindan cuentas ante las personas que violentaron.
Aunque es cierto que estas herramientas críticas buscan desmantelar formas históricas de desigualdad, la circulación por fuera de sus contextos originales y su uso indiscriminado, amplificado por las redes sociales, tienen efectos adversos.
De un tiempo a esta parte se empezó a usar la cancelación hacia el interior de los movimientos transfeministas para “alinear” las conciencias y los comportamientos. Cualquiera que se salga de la nueva normatividad es plausible de ser cancelade y, en consecuencia, expulsade de la comunidad a la que pertenece.
Lógicamente, el establishment conservador se aprovecha de la atomización de los movimientos militantes para poner a unes contra otres y, de esta forma, mantener el estado de las cosas que a elles les conviene.
“Divide y vencerás”
Desde tiempos remotos los hombres se beneficiaron de la competencia y las peleas entre mujeres; porque es más fácil dominarnos cuando estamos aisladas unas de otras. El vuelco punitivista que han dado algunos sectores del feminismo; no hace más que reforzar el estereotipo de que las mujeres no sabemos convivir pacíficamente entre nosotras y, además, sirve para que la derecha distorsione los hechos a su favor. Así, nuestros reclamos históricos por mayor igualdad y libertad son ridiculizados por esos mismos que nos niegan los derechos por los que tanto luchamos.
Cuando vemos en redes sociales que algún espacio o militante transfeminista está cancelando a une compañere y personas abiertamente de derecha apoyan esa cancelación, no es un buen signo. Es momento de parar y pensar colectivamente por qué estos escraches atraen el respaldo de personalidades (neo)conservadoras.
Al mismo tiempo, la falta de debate y la negación del derecho a réplica provoca grietas profundas en el interior del movimiento transfeminista. Y no hablo de delitos comprobados, sino de daños reparables. La única respuesta que ofrecemos ante una conducta inapropiada o un malentendido no puede ser “excomulgar” a la parte que provocó el agravio. La rabia no muere por matar al perro.
La deconstrucción
Recorrimos un largo camino, aprendimos un montón de cosas -y aprenderemos aún más-; la deconstrucción es algo en lo que debemos trabajar día a día. Si cerramos la puerta a la discusión, lo hacemos también al aprendizaje y a la posibilidad de cambio. Con esto no quiero decir que hay que buscar la conciliación a tontas y locas, pero tampoco creo que el camino sea subirse al pedestal de la moral y señalar desde allí a todes aquelles que, en alguna ocasión, lastimamos a alguien.
Un transfeminismo antipunitivista busca entender las mejores formas de dar y recibir una crítica, de escuchar el dolor, de mediar el conflicto y de producir un cambio en la sociedad. No dejemos que el imperativo moralista nos quite la posibilidad de vivir los desacuerdos como una posibilidad para crecer colectivamente.