¿Quiénes son las Madres de Plaza de Mayo?
No conocía mucho sobre las Madres de Plaza de Mayo. En el colegio no me enseñaron nada al respecto. En la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), donde estudié, tampoco. Quizás daban por hecho que a esa altura de nuestras vidas ya sabíamos todo sobre su lucha. Pero en mi caso no era así.
Solo podía decir de ellas lo que veía en la televisión: usan pañuelos blancos en la cabeza y reclaman por les hijes desaparecides en la última dictadura militar argentina (1976-1983). Pero nunca supe el porqué de ese distintivo tan propio, ni podía nombrar a otra Madre que no sea Hebe de Bonafini.
Por eso, al escribir esta nota descubrí una historia extensa, una lucha que arrancó allá por 1976 y todavía no termina. Una causa que apoya y exige la defensa y cumplimiento de los derechos humanos. Les invito a descubrirla juntes.
Los inicios
Las Madres de Plaza de Mayo no pensaban en armar un grupo ni una asociación, solo querían que les devolvieran a sus hijes. La última dictadura militar argentina comenzó el 24 de marzo de 1976 y tenía al frente al genocida Jorge Rafael Videla. A lo largo de ese año se secuestraron a sus hijes, a veces con sus parejas, sin importar si algunas de las chicas estaban embarazadas.
Por eso, las Madres comenzaron un camino de peregrinación en busca de sus hijes. Muchas eran amas de casa y salieron del seno de sus hogares, dónde se encargaban del bienestar de sus familias. Comenzaron su búsqueda mediante las vías formales de reclamos por la aparición de personas en ese momento.
Se conocieron al asociarse a la organización Familiares de Desaparecidos y Presos Políticos, que tomaban las denuncias de desaparición de personas. También se veían en las largas filas que realizaban en oficinas estatales o Iglesias, dónde empleades públicos o sacerdotes tomaban sus reclamos y prometían hacer algo al respecto.
En esos primeros meses ellas lo creían, pensaban que esas personas realmente las ayudarían. Por lo que religiosamente hacían filas cada vez más largas compuestas por familiares de desaparecides, hasta que les tocaba el turno de presentar su denuncia.
La Plaza de Mayo
Después de un tiempo se dieron cuenta que poco tenía de útil ese calvario. No obtenían respuestas y los meses pasaban. En la asociación Familiares no las dejaban hablar mucho, expresar sus tristezas y preocupaciones.
Por eso, Azucena Villaflor de De Vincenti, quien sería la primera presidenta de las Madres de Plaza de Mayo, tuvo una idea. Un día, en la vicaría castrense de la Marina, habló frente a las madres que esperaban su turno para hablar con el sacerdote que las «ayudaría».
Maria Adela Gard recordó esas palabras en el libro “La rebelión de las madres” de Ulises Gorini: ”decía que como cada vez había más desaparecidos, el número de los familiares iría en aumento, y si sumábamos a una importante cantidad de ellos, entonces Videla nos recibiría.” También, reflexionó que “Azucena pensaba que Videla no tenía noción de la verdadera dimensión del problema. Por eso se lo teníamos que demostrar yendo a la Plaza de Mayo y escribiéndole una carta donde le solicitaríamos una entrevista para que viera lo que estaba pasando”.
Y así fue, el 30 de abril de 1977 fue la primera vez que las Madres de Plaza de Mayo se reunieron en la mítica plaza. Aún no tenían ese nombre y eran poquitas. Pero continuaron yendo los viernes por dos o tres semanas más, cada vez asistían más madres; las movía el deseo de juntar firmas para presentar esa carta a Videla. Finalmente, cambiaron el día de encuentro a los jueves, y nunca más lo movieron.
Los pañuelos
Los hombres que conformaban la dictadura militar las llamaban “locas”. En una ocasión, la policía se acercó a ellas en la Plaza de Mayo y les dijo que no podían permanecer quietas: “Señoras, tienen que circular, no pueden estar aquí”. Por eso comenzaron sus rondas alrededor de la plaza, pensaron que si caminaban no podían decirles nada.
Después de entregar la solicitud y darse cuenta de que no iban a lograr mucho de esa forma, las Madres siguieron luchando. Cada vez eran más y su objetivo era ser vistas por la mayor cantidad de gente posible. Alguien tenía que ayudarlas. De allí surgió la idea de los pañuelos blancos.
A principios de octubre siempre se realiza la peregrinación a la ciudad bonaerense de Luján, en la que los fieles católicos caminan durante horas hasta la Basílica de ese lugar. Ellas iban a ir, y querían una forma para reconocerse en la multitud. En el libro “La rebelión de las madres”, María del Rosario Cerruti cuenta como Eva Márquez propuso usar un pañal a modo de pañuelo: “¿Quien no tiene un pañal del hijo o de un nietecito guardado en su casa?”.
Era la época de los pañales de tela, así que el día de la peregrinación todas concurrieron con el de sus hijes atado en la cabeza, a forma de bandana. Sin duda se reconocieron y llamaron la atención entre la multitud, para esa altura ya habían crecido en números y eran alrededor de trescientas.
A lo largo del tiempo, el pañal se transformó en pañuelo, por su practicidad. Y allí sigue, atado y cubriendo sus cabelleras, uniéndolas por una misma causa hasta el día de hoy.
Tres madres desaparecen
Las Fuerzas Armadas no miraban a las Madres con cariño. Al contrario, les preocupaba lo que estas mujeres “locas” habían empezado a hacer: echar luz a los crímenes que cometían frente a las narices de todes. A veces la policía las maltrataba, otros días las llevaban presas, pero siempre resistían con la ayuda de sus compañeras. Hasta que llegó el golpe de Santa Cruz.
Hacía algún tiempo, un hombre que ellas conocían como “Gustavo Niño” había comenzado a acompañarlas en su recorrido. Pero su verdadera identidad era Alfredo Astiz, Capitán de Fragata. Sin que las mujeres se dieran cuenta, él comenzó a estudiar todos sus movimientos e informarlos a las Fuerzas Armadas.
Para el 10 de diciembre de 1977, las Madres organizaban la publicación de una solicitada con la lista de desaparecides en el diario La Nación . Pero dos días antes fueron secuestradas dos de ellas: Mary Ponce y Esther Ballestrino. El hecho sucedió en la Iglesia Santa Cruz, en el barrio San Cristóbal, donde se reunían para ultimar detalles de la publicación de la carta.
Esto las desconcertó, ¿que iban a hacer? Algunas quisieron detener la solicitada, pero Azucena Villaflor recapacitó. ¿No era eso lo que querían los militares? ¿Frenar su lucha? No podían darse por vencidas después de tanto tiempo. Por eso, la publicación sucedió igual, con el aval de ochocientes firmantes.
Días después, cuando Azucena fue al kiosco de diarios a comprar un ejemplar del periódico, una patota de la Marina de Guerra Argentina la secuestró y nunca más se supo de ella. Al igual que sus compañeras Mary y Esther, ninguna de las tres apareció con vida. Pero las madres las guardan en el recuerdo como “sus tres mejores compañeras”.
¿Cómo siguieron su lucha después de este fuerte revés? ¿Pudieron reagruparse y seguir pidiendo la aparición con vida de las personas secuestradas? En la segunda parte de esta nota les seguiré contando lo que descubrí acerca de la historia de las Madres de Plaza de Mayo.